Por Magdalena Montecinos, consultora TIRONI
Se habla mucho de los pros y contras de la inteligencia artificial: de cómo adaptarnos a nuevas herramientas, de los trabajos que van a cambiar, de la eficiencia que promete y de los costos que podría reducir. También conversamos sobre cómo puede mejorar procesos, acelerar la innovación y redefinir industrias completas. Pero hay una parte de esta discusión que casi nunca aparece: qué hay detrás de este boom, qué lo sostiene y qué efectos tiene en algo tan concreto como la energía que consumimos.
El crecimiento de los data centers (el “cerebro físico” de la inteligencia artificial) está aumentando rápidamente la demanda eléctrica. La Agencia Internacional de Energía estima que hoy estas instalaciones consumen cerca del 2% de la electricidad mundial, y que esa cifra podría llegar al 6% en 2030. Es decir, en solo cinco años podrían requerir la misma energía que todo el Reino Unido.
Chile no está al margen de esta tendencia. Según datos de la U.S. International Trade Administration (ITA), hoy existen 22 data centers de mediana y gran escala en el país, y la proyección es que podríamos superar los 30 hacia 2028. De hecho, se estima que la demanda eléctrica para estos centros en Chile podría cuadruplicarse y alcanzar los 1.360 MW en 2032, frente a los 325 MW actuales. Esta expansión plantea preguntas sobre la capacidad del sistema para sostener un crecimiento digital que será cada vez más intensivo en energía.
Para entender la magnitud, los centros más grandes del mundo como Google u Oracle pueden consumir cientos de megavatios, niveles comparables a los de una ciudad mediana. En Chile aún no estamos en esa escala, pero la dirección es evidente: la demanda digital va a crecer, y rápido.
Y aquí aparece un punto clave: la IA no existe sin energía, y la transición energética tampoco avanza sin nuevos usos que justifiquen más generación limpia. En este escenario Chile tiene ventajas reales, posee recursos renovables de sobra, estabilidad y un ecosistema digital en expansión. Pero esas ventajas pueden perderse si no enfrentamos a tiempo los desafíos que trae este boom tecnológico.
Por tanto, Chile tiene una doble tarea: acelerar la adopción de energías renovables pero al mismo tiempo, asegurar que la digitalización no profundice brechas ni sobrecargue un sistema eléctrico que aún depende, en parte, de fuentes convencionales que no desaparecerán de un día para otro. En esa dirección, el Plan Nacional de Data Centers 2024–2030 busca ordenar su crecimiento considerando energía, conectividad y criterios ambientales, una hoja de ruta que será clave para compatibilizar desarrollo tecnológico y sostenibilidad.