Por Ascanio Cavallo
Los medios de información profesionales han vivido un año de nuevos y perturbadores desafíos. Se ha hecho necesario introducir el adjetivo “profesionales” para distinguir a los medios informativos administrados por personas que se dedican a esto y cargan con la responsabilidad jurídica y social correspondiente, de los miles de medios aficionados que circulan de manera oportunista por las redes digitales e incluso de los medios in-humanos, los bots y agregadores automatizados que viven de contenidos ajenos. La categoría “no profesional” ha llegado a ser inmensamente más numerosa que la profesional y es la responsable de una proporción importante de fake news. Dicho en breve, es la responsable de una especie de desorden epistémico.
La pandemia del Covid-19 impuso un ajuste significativo en el mapa de la información. De modo inesperado, científicos, medios y autoridades se vieron ante la necesidad de depositar información confiable en manos especializadas y, sobre todo, responsables. Todo lo que circuló por los medios no profesionales alimentó las teorías conspirativas, las falacias seudo-médicas y las fantasías antivacunas, y obligó a los salubristas a acudir a las formas tradicionales de los comunicados oficiales y las conferencias de prensa.
La credibilidad de los medios profesionales creció en todo el mundo, aunque parece razonable admitir que nunca volverá tener el nivel del que disfrutó hasta fines del siglo XX. Al episodio global del Covid-19 se han sumado otras materias planetarias que también requieren la difusión de información responsable, como el cuidado del planeta, los fenómenos migratorios, las narco-mafias, la piratería oceánica, el lavado de dinero y, por estos meses, las repercusiones económicas que dejó la semiparálisis de la pandemia.
En casos particulares, como las elecciones, también se ha visto un aumento de la influencia de los medios profesionales. En el caso de Chile, la televisión volvió a tomar el protagonismo, sólo que a través de modalidades inusuales: entre la primera y la segunda vuelta presidencial, por ejemplo, las campañas de los candidatos se concentraron en los matinales, el formato de público más masivo y diverso. ¿Representa esto una frivolización de las campañas políticas? Se puede tener opiniones encontradas respecto de esta pregunta, pero no hay duda de que estos medios contribuyen a un voto mejor informado.
Y entonces, la recuperación de la confianza en los medios profesionales, ¿será una tendencia permanente? Nadie lo puede asegurar. Pero ya está visto que ante las grandes encrucijadas —catástrofes, desbordes, conflictos, incluso elecciones— el mundo de los “hechos alternativos”, como lo llamó Trump, retrocede ante la necesidad de confiar en los hechos a secas. Otra corriente la acompaña: la creciente conciencia de que la actividad de las redes digitales necesita algún tipo de regulaciones, como las que analizan la Unión Europea y Estados Unidos, para hacer frente tanto a la piratería intelectual como a la captura masiva de datos personales. Parece posible que el mundo de rendijas de las que hizo un uso tan exitoso Steve Bannon —cuya oficina fue abolida en la Casa Blanca— haya empezado a eclipsarse, en forma más lenta de la que surgió, pero con mejores bases éticas y cognoscitivas.
Los estándares de los medios profesionales, también debilitados como parte de su caída financiera y de prestigio, tendrán que seguir mejorando. Así lo anuncia la creciente ola de sitios de chequeo de datos; International Fact Checking Network ya agrupa a más de un centenar de organizaciones de todo el mundo (en Chile, acaba de dar su certificación al sitio —también profesional— Mala Espina).
Más que fenómenos episódicos, estos hechos sugieren una tendencia a buscar un refugio para guarecerse del caos informativo. No todo el tiempo de la vida cotidiana se gasta en buscar certezas informativas, pero cuando ellas se necesitan es preciso saber dónde encontrarlas. Los profetas de la crisis repiten que eso ya no es posible, que la conciencia humana se ha fragmentado para siempre, quebrado ya el piso de la racionalidad construido desde la Ilustración. Parece que no es del todo así: los fragmentos de la conciencia que necesitamos para orientarnos en el desorden siguen reclamando el auxilio de los profesionales.