MUSKISMO

Por Eugenio Tironi, presidente de TIRONI

Elon Musk es la figura del momento, no hay duda alguna. De partida es el ser más rico del planeta. Es además el brazo derecho de Donald Trump, el líder más poderoso del mundo, a quién ayudó decisivamente a conquistar por segunda vez la Casa Blanca. Pero sobre todo, es un empresario que convierte lo que toca en éxito –incluyendo sus fracasos, que los transforma en ensayos y aprendizajes–, lo que le permite atraer a los mejores talentos del mundo y a los más osados inversionistas.

Lo antecede una leyenda de “genio loco”, de explorador, de héroe de misiones imposibles, de trabajador y organizador incansable, de empresario duro, fantasioso e innovador. Su vida personal es más cercana a los personajes del film "La Sustancia" que a los que pueblan el paisaje de la comunidad de negocios tradicional.

Superdotado para las matemáticas, desde niño mostró dificultades para establecer relaciones sociales y conexiones emocionales y auto-regularse, pero al mismo tiempo, esto le dió foco e intensidad. Su dura niñez en Sudáfrica le formó un carácter duro e impulsivo, con reacciones violentas e impredecibles y con una alta tolerancia al riesgo.

Desde joven fue imbatible en el gaming, el video-juego, actividad a la que dedicaba gran parte de su tiempo libre, y aprendió tempranamente a codificar y a crear sus propios juegos. Esto le sirvió para desarrollar su espíritu competitivo, su frialdad, su sentido de la estrategia y de la táctica, su instinto de negocios. Según su biógrafo Walter Issakson, Musk vive bajo un sentimiento permanente de asedio, de amenaza; como si una crisis o un drama fuese inminente. Sin este stress la vida simplemente pierde sentido.

Musk es un ingeniero programador: es su especialidad. No el diseño, como Steve Jobs, o la eficiencia operacional, como Jeff Bezos. En todas las empresas que ha formado o dirigido (Tesla, SpaceX, Twitter), ha colocado a ingenieros a cargo. Son los líderes.

En Silicon Valley, Los Ángeles y ahora en Texas, Musk se ha rodeado de un dream team de ingenieros jóvenes provenientes de todos los rincones del mundo y formados por las mejores universidades de Estados Unidos, donde llegaron (ellos o sus padres) en búsqueda del “sueño americano”, con su espíritu de aventura y sus infinitas oportunidades. Sin este ecosistema, Musk no existiría. Tampoco sus empresas.

La relación con sus colaboradores –casi todos hombres–, es de amor y odio. Así como comparte con ellos rachas de creatividad, juego y camaradería, de pronto los expulsa de su entorno, en especial cuando lo contradicen, cuando los siente desleales, o cuando le compiten en protagonismo. Son, sin excepción, relaciones teñidas por la competencia, por la performance, por el éxito, por la crisis, por el drama.

En los momentos críticos de un proyecto Musk literalmente se instala a vivir en las instalaciones de la empresa. La misma actitud exige a sus colaboradores. Pero el trabajo va a la par con el glamour y la omnipotencia, como si el mundo entero estuviese a la mano. La vida es un juego, y en el juego no se empata: se gana o se pierde; y si se trata de ganar, no hay regla que no se pueda transgredir.

Musk se mueve por un objetivo, una misión, un deseo. Los medios (sean tecnológicos, financieros u operativos), están al servicio de la meta, nunca al revés. ¿Una banca digital? ¿Un auto eléctrico? ¿Privatizar los lanzamientos espaciales? ¿Colonizar Marte? ¿Combatir al “wokismo” y lo “políticamente correcto” entronizados en Twitter? Allá va. Fijada la misión, mueve montañas para alcanzarla.

Quien se imagine a Musk como alguien que confía únicamente en la inteligencia o la inspiración, se equivoca. Nada reemplaza al trabajo, ni siquiera la tecnología, la IA o la robótica. El mismo es una máquina de trabajo. De hecho recorre la línea de producción de sus fábricas buscando los eslabones del proceso en los que se pueda reemplazar una máquina por un humano: es más confiable.

Cuando se trata de la manufactura, Musk no es un liberal ni un globalista. Su filosofía es producir todo en casa, no subcontratar. Apuesta por la integración, no por la externalización. Así lo hizo en Tesla, revolucionando la industria automotriz, que por décadas ha venido abasteciéndose de partes y piezas provistas por productores independientes instalados en todo el planeta. Esto le permitió bajar costas, pero comprometiendo la calidad de los productos. Para construir un auto realmente bueno, pensaba Musk, había que tener el control de todo el proceso, desde el principio hasta el final, incluyendo todas sus partes y accesorios. La misma doctrina ha reproducido en SpaceX, Starlink, Twitter, etc.

Musk tiene la pasión del artesano, del fabricante, del orfebre. Y como Jobs, no cree en los largos y minuciosos planes, menos en los estudios de mercado. Lo suyo es el prototipo, la experimentación, el ensayo. Si falla o fracasa, bien: hay que descubrir dónde está el error, en quién recayó la responsabilidad, enmendarlo e intentarlo de nuevo.

Entre 2006 y 2008, por ejemplo, SpaceX tuvo tres intentos fallidos consecutivos cuando intentó poner en órbita su primer cohete, el Falcon 1. Lo mismo le había pasado con Tesla, que estuvo a punto de la bancarrota, hasta que logró su meta de costos y producción y su valor subió como la espuma. Lo que importa es intentar, y si se fracasa, corregir y repetir hasta que funcione. Y hacerlo rápido, sin dejar tiempo para los remordimientos; y saber quién fue el responsable del error. Por lo mismo personaliza, con nombre y apellido, al responsable de cada pieza, de cada especificación, de cada operación, de cada fase de la cadena, para poder pedirle rápidamente explicación (y de paso culparlo) en caso de falla.

Lo llama “El Algoritmo”. Se trata de los Cinco Mandamientos que Musk recuerda en cada reunión de directorio, de ejecutivos o de ingenieros: 1) cuestione cada requerimiento, y exija el nombre de quien lo formula; 2) borre o elimina todas las partes del proceso que pueda, cuando menos el 10%; 3) simplifique y optimice; 4) acelere el ciclo de tiempo, esto es, reduzca los plazos, siempre; y 5) automatice sólo lo que es necesario: el resto déjelo a los humanos. ¿”Seguridad psicológica”? ¿”Descanso mental”? ¿”Malestar”? ¿”Vacaciones”? Para el “muskismo” esto suena a broma. Lo que importa es el trabajo duro, sin complacencias ni descansos. Así se salva el mundo. ¿O se destruye?