1. La paradoja del desarrollo
Una nueva era geológica caracterizada por el papel central que desempeña la humanidad para generar significativos cambios a escala planetaria: esa es una de las definiciones de antropoceno, la época geológica que sucede al holoceno y que estaría actualmente en curso. El término fue acuñado por el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer, y popularizado a principios de los 2000 por el premio Nobel de Química Paul Crutzen. De este modo, la élite científica entregaba un marco conceptual para agrupar debates que trascienden al mundo de las ciencias y se pueden instalar como una temática central de las discusiones en los planos social, filosófico, económico y político.
No cabe duda acerca de la relación de dependencia entre la especie humana y la naturaleza y parece coherente luchar por la protección de la biodiversidad. Sin embargo, de esta simbiosis han surgido tensiones que llevan a cuestionar lo que significa hoy “ser humano”.
Desde hace décadas, el progreso se ha producido a costa de otras formas de vida en el planeta. La necesidad de crecimiento y producción se enfrentan constante y crecientemente a las exigencias de conservación.
“Estamos en una emergencia planetaria, donde las crisis por la pérdida de biodiversidad, la degradación de los ecosistemas y el cambio climático, impulsadas en gran medida por la producción y consumo insostenibles, requieren una acción mundial urgente e inmediata”, dice Ximena Barrera, directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de World Wildlife Fund Colombia. Sólo que el dilema no se limita a la protección de la vida silvestre, como lo plantea la doctora Priyadarshini Karve, de la Red de Iniciativas para Nuevas Preocupaciones Comunitarias Ecológicas: “Si bien destruir la vida silvestre en beneficio de unos pocos intereses comerciales humanos obviamente no es correcto, también es injusto sacrificar el bienestar de las comunidades marginales para proteger la vida silvestre”.
Así, han proliferado diversas aristas a partir de un conflicto que data de la revolución industrial y el progreso que ella significó. Hoy surgen con fuerza tendencias y conceptos como el especismo, los animales no humanos sintientes y sujetos de derecho, El Papa Francisco ha instado a los jóvenes a "consumir menos carne" para contribuir a "salvar el medio ambiente". Aparecen nuevas formas de alteración de la salud mental, como la ecoansiedad, un cuadro de angustia crónica que provoca, sobre todo en las generaciones más jóvenes, la abundancia de noticias sobre una emergencia climática.
Vencer y conquistar ya no es sinónimo de evolucionar. La ley del más fuerte o la selección darwiniana quedan desplazadas por la nueva forma de subsistencia: coexistir, repensando el rol de los buenos vecinos dentro de un mismo ecosistema, aprendiendo a cohabitar con todas las formas de vida. Es inescapable el aspecto sacramental que esto tiene, aun en un mundo de decrecientes creencias religiosas.
2. Simbiosis: una cuestión de supervivencia
El organismo vivo más grande del planeta del que se tiene registro es un hongo. Se trata de un ejemplar de Armillaria Ostoyae, conocido genéricamente como “hongo de miel”, que se extiende subterráneamente en Oregon, Estados Unidos, por 965 hectáreas, unas 1.350 canchas de fútbol.
Los hongos cumplen un rol esencial para otros organismos. Más del 90% de las plantas del planeta dependen de ellos, que entregan nutrientes y agua a cambio de azúcares, y también permiten la comunicación e intercambio de carbono entre los árboles. Estos últimos componen una industria que mueve millones de dólares, como también lo hace el turismo basado en la observación de especies silvestres: antes de la pandemia las áreas protegidas recibían en todo el mundo cerca de 8.000 millones de visitantes y generaban 600.000 millones de dólares al año, de acuerdo a cifras entregadas por científicos de la ONU.
“No podemos hablar de la relación intrínseca entre las personas y la naturaleza si no incorporamos el uso sostenible de las especies silvestres como uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos”, dijo Ana María Hernández, presidenta de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) en el lanzamiento de su último informe a inicios de julio.
Un efecto patente de esa relación es el aumento de la exposición de las personas a los patógenos de los animales, activando efectos secundarios zoonóticos, es decir, el traspaso de una enfermedad infecciosa de un animal a un humano.
Esta realidad es gatillada por acciones como la deforestación, la expansión de infraestructura urbana, los monocultivos intensivos, el desarrollo de represas y minas, los incendios forestales, el tráfico de vida silvestre y la introducción de especies, entre muchos otros ejemplos.
Según el informe de IPBES, las estimaciones mundiales no son alentadoras: cerca de un 34% de las poblaciones de peces silvestres están sobreexplotadas, el 12% de las especies de árboles silvestres está amenazada por la tala indiscriminada y muchos grupos de plantas, como los cactus, están en peligro por la recolección excesiva. La caza y el comercio ilegal son otra amenaza para cerca de 1.341 especies de mamíferos silvestres.
“Cuán complejos e inesperados son los obstáculos y relaciones entre los seres orgánicos, que tienen que luchar entre sí” sostenía Charles Darwin ya en 1859 en su libro El origen de las especies.
3. Repensar la conservación
Los ecosistemas proporcionan beneficios vitales para el desarrollo económico y social de la especie humana y su destrucción pone en jaque su capacidad de abastecer de bienes tales como el aguan limpia, el aire puro, la polinización y la regulación del clima. También son una fuente relevante para el turismo de muchos países que dependen en gran medida de esta actividad. Hay un inevitable roce entre estos patrimonios como fuente de ingresos y las necesidades de preservación en condiciones lo más originales posibles.
El éxito del polo turístico en la Riviera Maya en México se debe a la presencia de un arrecife de coral frente a sus costas; de hecho, el segundo arrecife más grande del mundo después de la Gran Barrera de Coral de Australia. Las paradisíacas playas blancas en el caribe mexicano se han formado a lo largo de miles de años a través de la constante erosión de fragmentos de coral en el mar. El arrecife también protege la zona costera al disipar la energía de las olas y con ello la erosión de la playa. Los arrecifes también están estrechamente relacionados con los humedales costeros, beneficiándose ambos hábitats entre sí y permitiendo a los turistas visitar dos ecosistemas totalmente diferentes en un mismo lugar. Sin embargo, desde hace algunos años México enfrenta un desafío importante: la llegada masiva de sargazo (un alga) que invade no sólo sus costas, sino también las de Belice, Honduras, Jamaica y Cuba, a causa del incremento de la temperatura del océano, los cambios en las corrientes oceánicas y las descargas de aguas residuales al mar, entre otras. El sargazo provoca la muerte de especies marinas, representa una amenaza para la salud humana debido a su alto contenido de arsénico y, obviamente, conlleva afectaciones económicas en su impacto sobre la actividad turística de la región.
En condiciones prístinas -sin presencia humana-, es posible que el sargazo sea un depredador natural del sistema coralino, que ingrese a producir algún equilibrio sistémico. No lo sabemos. Lo que sabemos es que, para el interés de los seres humanos, es más valiosa la barrera de coral que el sargazo.
La multiplicidad de factores que inciden en cada ecosistema los convierten a todos en estructuras de altísima complejidad, a la que el conocimiento humano sólo puede acercarse con conciencia de sus limitaciones; en una palabra, con humildad. El ser humano es sólo un actor más. Algunos países avanzan en forma aparentemente acelerada en esta dirección. Por ejemplo, India tiene una de las leyes más estrictas sobre protección de la vida silvestre (“un asesino puede obtener una fianza, pero matar animales salvajes es un delito que no admite fianza”, según Ecological Society), aunque sus índices de pobreza también están entre los más altos del mundo, así la contaminación de los ríos y los cielos. En
Sudáfrica, el año 2016 la protección de los animales no humanos pasó a ser una preocupación constitucional, pero ¿se puede decir que el Parque Krueger, con su masiva asistencia de turistas durante todo el año, es ambiente realmente protegido?
El ejemplar del “hongo miel” de Oregon tendría un mínimo 2.400 años. El secreto de su longeva vida sería su capacidad de adaptación y resiliencia frente a situaciones adversas, como la tala de árboles y otras intervenciones de su ecosistema. Los seres vivos se caracterizan por su capacidad para adaptarse al medio en el que viven: por lo general, sólo requieren las condiciones mínimas de un sistema; eso los hace enormemente resistentes y enormemente débiles al mismo tiempo. A lo menos desde los años 60 -hace más de medio siglo- se viene advirtiendo que las capacidades del planeta son finitas, que la tierra es la única nave espacial para la especie humana y que los viajes interestelares no han hecho más que confirmarlo. Pero la misma ciencia que lo afirma es la que produce ingenios para seguir explotándolo.
La humildad es una clave para repensar el futuro: el misterio del hongo de miel. Como ha dicho Isabel Behncke: “A la naturaleza y a la ciencia le da lo mismo lo que uno piensa, lo que uno siente y eso es muy bueno en una época tan narcisista. Es muy bueno estar en un sistema que es mucho más grande que tú y donde tienes que ser humilde y aprender de él y no le puedes imponer tu teoría o ideología”.
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