Actualmente, hablar de la pandemia generada por el Covid-19 requiere el uso de más verbos en pretérito que nunca antes. Una vez superado el desastre sanitario, el foco se ha volcado hacia las consecuencias que distintos expertos vaticinaron en tono alarmista, y que han dado lugar a inflación, recesión y economías debilitadas, que ya parecen parte de una “nueva normalidad”.
La pandemia también produjo otro tipo de efectos perdurables. Las ciudades se convirtieron en una preocupación central para la calidad de vida de las personas, marcadas por fuertes crisis de hacinamiento, acceso a recursos, seguridad y conectividad. “Las ciudades pueden proveer algo para todos, pero solamente cuando han sido creadas para todos”, sostenía Jane Jacobs, periodista, activista y urbanista estadounidense. La relevancia de una planificación urbana sostenible y a la altura de los desafíos del “nuevo futuro” parecía central en todos los foros relacionados con la salud, el transporte, el empleo y la seguridad.
Durante 2020, el urbanista Alain Bertaud advertía que todos los cambios posibles en la era post Covid-19 se enfrentarían a un enorme desafío presupuestario y a la priorización de otras tareas, y que esto significaría a nivel municipal “grandes recortes en seguridad, limpieza de calles y educación. Pero, aunque sea temporal, es algo que los gobiernos centrales deberán compensar”. Bertaud estaba en lo correcto. La pregunta es qué ha pasado con la urgencia y los recursos para ese desarrollo urbano que parecía casi imprescindible hace sólo dos años.
La urbanista canadiense Jenniffer Keesmaat plantea que “si solo nos ponemos a pavimentar calles porque necesitamos más trabajo, si solo nos dedicamos a reaccionar en el corto plazo, entonces los cambios de nuestras ciudades pueden volver a desaparecer”, mientras la arquitecta chilena Francisca Astaburuaga sostiene que “las ciudades materializan el tipo de sociedad que queremos construir”. Una vez más, una planificación adecuada parece tan necesaria como elusiva, pero ¿es realmente una prioridad en el contexto actual? ¿Es posible superar la actual crisis económica desde los mismos espacios urbanos? ¿Estamos a tiempo de transformar las ciudades que tenemos para construir las que queremos?
Re-inventando las proximidades
Popularizadas por el urbanista franco-colombiano y especialista en ciudades inteligentes Carlos Moreno, las “ciudades de 15 minutos”, de las que tanto se habló en pandemia, son hoy más un deseo que una posibilidad. El concepto se refiere a espacios que permiten acceder a “las seis funciones sociales urbanas esenciales, que son: habitar, trabajar, aprovisionarse, cuidarse, aprender y descansar”.
Esto implica tener todos los servicios necesarios a un cuarto de hora de distancia, caminando, en bicicleta o en transporte público, descentralizando a la vez la economía y dinamizando la economía de barrio a través de lugares de trabajo, comercio, espacios de ocio, zonas verdes y viviendas. Este modelo urbano tiene además externalidades ambientales positivas, dado que mitiga el impacto que produce desplazarse por la ciudad en búsqueda de servicios.
¿Cómo conseguir esto en ciudades que ya están construidas? Para Keesmat, se logra mediante la transformación de los corredores existentes, agregando densidad y nuevos usos, conocidos como “rellenos”. “Se acercan los servicios y hay menos espacio para automóviles y el estacionamiento se vuelve costoso, ya que ese es un mal uso de la tierra. Por lo tanto, proporcionar un excelente transporte público es fundamental para las ciudades compactas".
Esto requeriría de una fuerte inversión en el transporte público existente, en modificaciones de infraestructura para crear nuevos servicios, favorecer los espacios verdes y de ocio, entre otras cosas. ¿Cómo se consigue dar prioridad a estas cosas en medio de una crisis económica mundial?
Sobrepoblación, despoblamiento
La ONU prevé que el mundo está a punto de llegar a los 8.000 millones de habitantes y los retos que este crecimiento supone son múltiples, siendo la planificación urbana uno de ellos. Las megaciudades, sostiene el demógrafo y sociólogo español Javier Raboso, se convierten en “asentamientos insostenibles”.
Para el Foro Económico Mundial, el principal reto es la capacidad que tengan las ciudades de proveer vivienda, educación, servicios de salud, transporte, integración y cohesión social. Es un desafío que se ve tensionado con las grandes olas migratorias en períodos muy cortos. Las estadísticas muestran que los migrantes privilegian ciudades con más posibilidades de acceder a servicios y empleos, los que se encuentran en zonas altamente urbanizadas.
Otro fenómeno es la migración desde la ciudad hacia localidades más pequeñas o zonas rurales: “La ciudad dejó de significar muchas de las virtudes que por mucho tiempo representó para la gente”, sostiene el urbanista y sociólogo Ricardo Greene. “Tiene que ver con un cambio ético de cómo la gente quiere vivir su vida. Hay un modelo mucho más familiar, a pequeña escala”. En Chile, el sur ha sido una de las zonas que mayor migración interna ha recibido. A Puerto Varas han llegado entre 6.000 y 10.000 familias, aumentando su población en un 27% en dos años. Las autoridades estiman que incluso podría llegar a un 50%, lo que implica una creciente demanda educacional y habitacional y una sobrecarga de servicios como salud y transporte.
La migración en ambos escenarios se convierte en un factor crucial a la hora de planificar ciudades sostenibles. La planificación centralizada siempre implica dos problemas: ceder la libertad individual a un órgano burocrático; y correr el riesgo de que los sesgos ideológicos, sociales o cognitivos produzcan inmensos errores sociales. Conseguir una planificación urbana equilibrada puede ser urgente o sólo importante en la medida en que los habitantes de grandes ciudades o pequeñas localidades perciban que viven en condiciones urbanas justas.
Ciudades inteligentes: datos y tecnología a escala humana.
A través de la tecnología, hoy se están incorporando variables antes impensadas para diseñar ciudades que potencien la experiencia de las personas. Así lo demuestran estas iniciativas:
Proyecto Neuchâtel Polanco. En mayo de este año se inauguró en Ciudad de México este centro urbano con espacios culturales, comerciales y residenciales, que cuenta con The Eye of Mexico, una escultura central que utiliza inteligencia artificial para producir datos demográficos, medioambientales y urbanos del DF, entregando recomendaciones de actividades a sus usuarios y transeúntes.
“Biomonitor V3.0” es un aparato desarrollado por el Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad de Chile que permite monitorear los estados psicofisiológicos de las personas en distintos espacios y actividades. Se han realizado pruebas en usuarios del transporte público para medir sus respuestas emocionales en distintos tramos, y así realizar mejoras específicas en el futuro, incorporando Inteligencia Artificial Emocional en aspectos como el traslado y la conectividad urbana.
Sostenibilidad urbana en Medellín. En Colombia, el urbanista Gustavo Restrepo ha impulsado un proceso de transformación urbana sobre la base de participación ciudadana coordinada y sistematizada de manera digital: “Lo que nos ha demostrado el big data es que se puede usar esa información para planificar sin improvisar en el proceso y saber exactamente dónde están los problemas”.
Documento elaborado por TIRONI. Publicación divulgativa. Se permite copiar, distribuir y comunicar públicamente la obra con la condición de reconocer debidamente su autoría, no utilizar para fines comerciales, ni generar obras derivadas.