Por Eugenio Tironi
Hay un hecho indesmentible: la legitimidad del capitalismo está en entredicho. No se trata de un fenómeno únicamente local. En casi todos los países del mundo, incluyendo Estados Unidos, la cuna del capitalismo moderno, sucede algo parecido.
¿A qué obedece este cuestionamiento? Hay quienes se lo imputan al comunismo, pero esto es mirar el presente con los ojos de ayer, en particular de los tiempos de la guerra fría. Hoy en día no hay un modelo alternativo al capitalismo. Los países del viejo bloque comunista, todos —incluyendo Cuba, que lo hace con cuenta gotas—, han terminado por abrazar el capitalismo. Es más, es en estos países, que están experimentando recién sus efectos, donde el entusiasmo con el capitalismo está más vigente. En el resto se observa un desgaste, el cual está muy ligado a factores más bien endógenos.
La principal crítica dice relación con la destrucción ambiental. El planeta, se dice, no resiste un capitalismo como el actual desatado en toda la faz de la tierra. ¿El socialismo lo haría mejor? No, para nada: mientras imperó en la Unión Soviética y sus países afines, la depredación ambiental fue aún mayor que en el campo capitalista. Como sea, lo cierto es que proseguir con las formas actuales de capitalismo, guiado únicamente por el objetivo de incrementar las ganancias de sus accionistas, ya no es viable.
Ello choca, además, con la otra fuente de malestar: la desigualdad. La distancia entre el nivel de acumulación alcanzado por los estratos superiores y lo que queda en manos de los estratos inferiores ha alcanzado una brecha gigantesca, que la pandemia no ha hecho más que aumentar. Esto vuelve imposible su coexistencia con la democracia, pues la población usará las herramientas que ésta le otorga para volverse en contra de un sistema del que no se siente solidario. Lo que se ha visto en Chile últimamente, con una clase política que en aras de satisfacer los impulsos de los votantes no trepida en tomar decisiones que destruyen las bases del sistema, responde precisamente a este factor.
Hay otras fuentes de críticas, como el tipo de relaciones laborales que imperan en las empresas y el grado de participación de los trabajadores, o la conjunción de los intereses de las empresas y las comunidades colindantes, o la tendencia a privilegiar la lógica del capitalismo globalizado antes que los intereses nacionales.
De todas las cuestiones mencionadas debe hacerse cargo el capitalismo para reconquistar la legitimidad que requiere para funcionar. Es algo que ha hecho en el pasado, pues no hay sistema más apto que el capitalismo para transformar las críticas en fuente de innovación y los quiebres en nuevas oportunidades. Es esta capacidad de adaptación, en efecto, lo que le llevó a imponerse sobre sus competidores, como el comunismo.
Estamos hoy ante encrucijadas mayúsculas. La humanidad está impelida a responder sin demora al reto del cambio climático. En Chile, luego de la crisis de 2019, estamos impelidos a ponernos de acuerdo sobre nuestros fines compartidos y un marco de convivencia que sea respetado universalmente como fuente de autoridad. Es el momento, entonces, de poner en revisión lo que ha sido nuestro capitalismo, cuyas modalidades responden a otro tiempo, y definir los caminos para renovarlo en función de los desafíos actuales. Para hacerlo será necesario salirse del activismo cotidiano y recostarse por un instante en el diván. No hay alternativa.