02/11/2021

Tres preguntas a Eugenio Tironi: “Estamos viviendo el primer experimento posneoliberal, paritario e inclusivo, liderado por millenials”

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(Fuente El Mostrador) Para muchos Eugenio Tironi es una de las figuras emblemáticas de la Concertación y de los ahora tan cuestionados 30 años. Ex líder del MAPU y miembro fundador del “partido del orden”. Trabajó en el segundo piso de La Moneda en el Gobierno de Patricio Aylwin y fue uno de los hombres claves de la Franja del NO en 1988. El sociólogo y ahora presidente de la consultora Tironi y Asociados, acaba de publicar “Capitalismo chileno en el diván”, donde pone al estallido, la pandemia y el proceso constituyente en el contexto del modelo chileno.

En esta breve entrevista, entregada para el Semanal de El Mostrador , afirmó que el costo que estamos pagando por transitar hacia un nuevo modelo podría haber sido menor, de haber seguido el camino propuesto por el segundo Gobierno de Michelle Bachelet. También, dice que hay que apostar al éxito del proceso constituyente porque no hay Plan B y agrega que lo que estamos viviendo es el primer experimento posneoliberal, paritario, con inclusión de los pueblos originarios, y dirigido por la generación millennial.

-Se cumplieron 2 años desde el estallido, pasamos por una pandemia y ahora estamos en medio de un proceso constituyente. En estos dos años nos empobrecimos, como país nos endeudamos y las instituciones siguieron derrumbándose, ¿es el costo de la transición a un nuevo modelo más inclusivo y menos desigual, o el proceso se podría haber canalizado de otra manera?

-Sí, podría haber sido de otro modo. Bachelet II propuso un camino que apuntaba justamente en esta dirección, pero se encontró con resistencias internas y externas que lo descarrilaron y nos condujeron a las manos del Gobierno actual y su oferta de crecimiento. Hoy todos, creo, nos arrepentimos de nuestra miopía, pero así se mueve la historia: dando tumbos. Ahora estamos en esto, con un proceso constituyente en marcha en el cual se han depositado grandes ilusiones de cambio. Tenemos que apostar a su éxito, porque no hay Plan B para salvar la democracia y la convivencia.

-Más allá de algunas autocríticas que en general van a lugares comunes, ¿qué explica que la élite chilena haya sido tan ciega ante las debilidades del modelo?

-Ojo que a veces cunde una visión maniquea del llamado “modelo”. Basta ver la masa de inmigrantes, o los autos en las calles y las rutas, o la tasa de escolaridad, o el aumento de la esperanza de vida, o la vacunación. Pero las sociedades democráticas que, como la chilena, descansan tan fuertemente en relaciones de mercado, son como las bicicletas: necesitan de velocidad para no perder el equilibrio. Esa velocidad la dan el crecimiento económico y la movilidad social. Y esta última se mide no respecto al pasado –esto es lo que hacen los economistas y los estadísticos, no las personas–, sino respecto a las expectativas, cuya inflación va a la par con el incremento de la educación y las comunicaciones.

Había que mantener la velocidad, en lo económico, en lo social, pero también en seguir abriendo espacios de participación política, de reconocimiento simbólico, de descentralización del poder. Esto fue lo que la elite chilena no comprendió, cuando ella es, por definición, la encargada de promover el cambio y poner el ritmo. Se dejó estar, la bicicleta se detuvo, la inercia de las expectativas siguió su marcha desbocada y pasó lo que tenía que pasar: el estallido, y con él todo lo que vino después.

-A mi modo de ver, el problema en Chile es la desigualdad social más que la económica, y eso no se arregla con plata, ¿Qué opciones o caminos tenemos como sociedad para encarar ese desafío?

-Creo que es más complejo. La desigualdad, per se, no produce revoluciones de terciopelo, como la que está viviendo Chile. Países mucho más desiguales que Chile no encaran procesos semejantes al que aquí estamos viviendo. El problema real es el que señala Piketty: que las sociedades (todas, sin excepción) necesitan de un relato que justifique sus desigualdades. Buenos ejemplos de esto son la India, o para no ir tan lejos, Estados Unidos con su “sueño americano”. Chile, desde los 90, tuvo ese relato. Esto fue la Concertación. Pero se agotó; se agotó junto con la Concertación. Se agotó, también, por la emergencia de una nueva generación que se rebeló contra aquel relato, generación alimentada por una nueva camada de intelectuales en buena parte formada en universidades privadas, financiadas por el CAE, y apoyada por el Estado a través de Becas Chile, que ha sido un potente instrumento de democratización del saber experto. Y, hay que agregar, por la emergencia del feminismo y su cuestionamiento de la madre de todas las desigualdades: el patriarcado. Debemos hablar, pues, de desigualdades en plural, no en singular; y a ellas atacarlas con diversos instrumentos, sabiendo, eso sí, que no vamos a acabar con ellas; que una sociedad viva estará inventando siempre nuevas formas de desigualdad, las cuales deben ser “justificadas” (vuelvo a Piketty) por un relato que nos haga sentido a todos. Este es el sentido del proceso constituyente: la fabricación de este nuevo relato, que ojalá nos permita convivir por los próximos 30 años –no le pediría más–.

-Bonus Track: Chile tuvo en Allende el primer socialista en el mundo en ser elegido Presidente y luego una dictadura que impuso un neoliberalismo extremo… hemos sido un laboratorio… ¿se puede pensar que ahora podemos implementar un modelo socialdemócrata local que sirva como ejemplo y opción democrática a los cantos de sirena del populismo?

-Creo que estamos en eso, efectivamente. El primer experimento posneoliberal, paritario, con inclusión de los pueblos originarios, y dirigido por la generación millennial. No es poca cosa…